(Habíamos subido a la puerta de Alfonso VI, estrecha, con peldaños criminales, pero muy chulo, yo si hubiera sido guerrero me lo habría pasado bomba lanzando saetas protegido por esos anchos muros, cerrando la puerta acabada en filos para cerrar el paso al enemigo y de paso ensartarlos, o lanzando por el huequecillo de una de las paredes aceite hirviendo o cosas por el estilo; otra que también estaba muy chula era una que tenía 9 metros de altura, pero por debajo del suelo. Claro que en esa me di con el techo y para pasar a la última parte casi tengo que pasar de rodillas. Pero el resto...
La sinagoga y la mezquita, por mí las hubiera suprimido. La jefa de estudios, que era la más responsable de los cuatro profesores que íbamos, se tomaba muy en serio su papel de guía una vez que las (sosas) del ayuntamiento nos dejaron solos. Algún chico incluso preguntaba con interés. La orientadora, mientras, protestaba porque tenía hambre. Yo para entonces me había escapado del museo sefardí con los primeros alumnos que habían encontrado la salida.
Antes, dos ANÉCDOTAS (sección especialmente recalcada y dedicada a Yo): un alumno se metió en un hostal para hacer pipí; estaba oscuro y, después de meterse en el baño de las chicas, se dio un ostión contra una viga de hierro. Claro, sus compañeros oyeron el golpe, y corrió como la pólvora la anécdota, incentivada además por el chichón que tenía. Un servidor no pudo abstraerse a los comentarios jocosos, tipo: "chico (esto en honor a ellos), que te vas a cargar Toledo". Luego me presto a contrarréplicas cuando al día siguiente me empotro contra el marco de una puerta (¿qué estaría mirando?...), claro...
Otra alumna de mi tutoría me pasó su móvil en el museo referido en un párrafo anterior: otra de mis alumnas se había perdido. Es para todo lentísima, la condenada. Le dije lo que tenía que hacer para encontrarnos: ¡pregunta!. Cuando encontró a los otros profes, les echó la bronca por perderla, la jodía. A partir de eso, iba casi más como los cangrejos, andando de espaldas para controlar que no se quedase como la ovejita descarriada. Niñaaaaaaaaa, caminaaaa, gritaba cuando la veía pararse en algún puesto.
La sinagoga y la mezquita, por mí las hubiera suprimido. La jefa de estudios, que era la más responsable de los cuatro profesores que íbamos, se tomaba muy en serio su papel de guía una vez que las (sosas) del ayuntamiento nos dejaron solos. Algún chico incluso preguntaba con interés. La orientadora, mientras, protestaba porque tenía hambre. Yo para entonces me había escapado del museo sefardí con los primeros alumnos que habían encontrado la salida.
Antes, dos ANÉCDOTAS (sección especialmente recalcada y dedicada a Yo): un alumno se metió en un hostal para hacer pipí; estaba oscuro y, después de meterse en el baño de las chicas, se dio un ostión contra una viga de hierro. Claro, sus compañeros oyeron el golpe, y corrió como la pólvora la anécdota, incentivada además por el chichón que tenía. Un servidor no pudo abstraerse a los comentarios jocosos, tipo: "chico (esto en honor a ellos), que te vas a cargar Toledo". Luego me presto a contrarréplicas cuando al día siguiente me empotro contra el marco de una puerta (¿qué estaría mirando?...), claro...
Otra alumna de mi tutoría me pasó su móvil en el museo referido en un párrafo anterior: otra de mis alumnas se había perdido. Es para todo lentísima, la condenada. Le dije lo que tenía que hacer para encontrarnos: ¡pregunta!. Cuando encontró a los otros profes, les echó la bronca por perderla, la jodía. A partir de eso, iba casi más como los cangrejos, andando de espaldas para controlar que no se quedase como la ovejita descarriada. Niñaaaaaaaaa, caminaaaa, gritaba cuando la veía pararse en algún puesto.
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